(Luisa R. G. Novelúa) |
Y regresé al cielo cuando su
coleta pelirroja voló al girar la cabeza para mirarme durante unos segundos.
Quién se acordaba ya de su risita maléfica cada vez que yo tropezaba en una
sílaba, o de los cuchicheos con sus amigas si el guaperas de Lucas se pavoneaba
en el gimnasio.
Una
nube de felicidad volvió a elevarme de golpe, igual que el día en que su naricilla
pecosa se asomó por primera vez a mi vida. Desde aquella altura todo era tan
ideal que parecía imposible que allá abajo se estuviesen fraguando nuevas
torturas para mí.