martes, 25 de marzo de 2014

Cada segundo



(Imagen de Google)

Son las doce horas, un minuto y quince segundos del tres de noviembre. El cielo está límpido y el cóndor que ha guiado nuestro camino planea majestuoso. Imagino la silueta de su sombra desplazándose sobre la nieve, aunque desde aquí no puedo verla. Tampoco veo a Javi, ni oigo la risa de Antón, y a pesar de que a Miguel lo perdimos hace dos días, no me siento solo. No sé hasta cuándo podré seguir hablando, pero si algún día escuchas esto, quiero que sepas que cada segundo es un regalo que no voy a desperdiciar. 

martes, 18 de marzo de 2014

Cambio de dirección

(Luisa R. G. Novelúa)

La vergüenza que nos ganamos aquella noche, en cambio, nos acompañará para siempre, a pesar de que fuimos al restaurante llenos de expectativas.

Pero quién iba a imaginar que la dulce abuelita que se atiborraba con los platos más caros de la carta y escuchaba paciente nuestras excusas era en realidad una impostora.
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No habíamos vuelto a verla desde muy pequeños y nada sospechamos cuando nos citó allí. Tampoco cuando se marchó al baño y el que regresó fue el camarero con la cuenta y un recorte de periódico.

―La actual dirección de su abuela ―aclaró.

Nuestra indignación duró poco. Solo el tiempo que tardamos en entender el profundo significado de aquella esquela.

martes, 11 de marzo de 2014

Amistad fugaz

(Luisa R. G. Novelúa)

Nuestros mismos ojos se negaron a mirar lo que había sucedido y, con la sincronía de una danza bien ensayada, nos dimos media vuelta y salimos corriendo como galgos detrás de una liebre.

No hicieron falta despedidas cuando nos separamos, cada uno para su casa, ni llamadas que sellasen un pacto de silencio, ni gestos de complicidad si, por causalidad, nos cruzábamos en la playa.

A pesar de que la pandilla de verano se deshizo nada más nacer, seguro que ninguno ha olvidado aún a aquella mujer tapándose horrorizada la cara cuando vio la piedra que dejamos caer desde el viaducto.



lunes, 10 de marzo de 2014

Inspiración

(Luisa R. G. Novelúa)

Era un buen lugar para guarecerse. Lo pensó mientras corría cubriéndose la cabeza con el bolso Louis Vuitton que le había regalado un antiguo novio. El chaparrón la pilló en medio de una calle desconocida y desierta de aquel barrio de adosados a medio construir. Quizá por eso la atrajo el caserón, un animal herido entre depredadores.

En el soportal se sacudió las gotas sin parar de quejarse del trabajo de comercial que la había llevado a un páramo sin clientes. Con lo bien que estaría escribiendo, en lugar de vivir en una cinta sin fin de tarifas que ni ella misma acababa de entender.

No se calló hasta que el edificio, con la puerta forzada, la invitó a curiosear. Las telas de araña que precintaban la entrada vencieron su temor a inesperados inquilinos. Dentro, el caos de un desvalijamiento y, entre tanto abandono, cientos de papeles desperdigados. Cartas, documentos notariales y legajos sobre foros y arriendos comenzaron a entretejer una historia ideal para su primera novela.

Ya pensaba en un arranque impactante, en el que un documento medieval aparecido dentro de un bolso prohibitivo sería la clave del asesinato de una humilde muchacha, cuando un chirrido la estremeció.

martes, 4 de marzo de 2014

La invasión

(Luisa. R. G. Novelúa)

Tanto visitante inesperado la tenía desconcertada y no sabía cómo recibirlos. Encerrada en casa desde hacía años, su primera reacción fue parapetarse tras la puerta a la espera de que, cansados de llamar, pasasen de largo. Pero fue inútil. Entraron con el ímpetu de un ciclón, sin pedir permiso, ocuparon cada hueco de las habitaciones y arrasaron con todo.

Sin embargo, en lugar de enfadarse, o de tener miedo o de luchar para expulsarlos, no podía dejar de sonreír. Quién se lo iba a decir, a su edad, se había vuelto a enamorar.